martes, 29 de julio de 2008

Intro desnudario

o


Un hombre desnudo puede ser visto desde muchas perspectivas, pero principalmente ha de ser visto.


Un hombre desnudo es nuestro; su cuerpo y nuestra mirada se necesitan, como el actor y el público.

Un hombre desnudo nos pertenece, porque es hermoso y porque sí.

Un hombre desnudo para todas, para cada una de las mujeres que lean estas líneas.

Desnuda a tu hombre, desnuda tus deseos. Rebélate y revélalo: pon en tu vida un hombre desnudo.

Sin prisas, me desnudo.
Sin ropa, me entrego.
Sin vergüenza, me exhibo.

Hielo de fuego feliz,
mi cuerpo se derrite
ante el espectáculo
de tus ojos sedientos.

La cámara se enciende,
mi sexo se incendia,
los flashes me iluminan,
y tu sonrisa brilla
como un deseo cumplido.

Ambos lo sabemos;
me excita posar para tí,
gozo con el dedo que dispara
a mis músculos presumidos.

Sin más disfraz
que tu mirada,
soy el objetivo
de tu objetivo.

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sábado, 26 de julio de 2008

La playa

o


Abro los ojos; me despierta la suave brisa de la tarde, que juguetea con un calor templado. Miro al frente y diviso la montaña, detrás mía el mar Mediterráneo. A mi lado, unos ojos que batallan entre el marrón y el verde me lanzan una flecha interrogativa. Mi adormecimiento es suficiente respuesta.


Se incorpora para estirar las piernas y yo me doy la vuelta, colocándome boca-arriba (soy de lento despertar y necesito mi tiempo para volver a tomar contacto con la realidad). Observo su cuerpo: bronceado y torneado. Nunca me han gustado los dioses musculados, prefiero a los hombres de verdad que cuidan su figura: son tan morbosamente diferentes y reales...

El cíclope que vive entre sus ingles no me pierde de vista desde arriba: grande, calvo y con su único ojo.

Al igual que él, yo también soy una mujer real. Real y mortal. Tan mortal que de hecho parece que estoy muerta: demasiado blanquita.

Pero no es, nada más y nada menos, que otro de mis caprichos: el moreno le sienta de vicio y me gusta que vaya a la playa para adquirirlo. Yo puedo permitirme estar como me de la gana:

- Deberías volverte a dar crema. Ya no estamos en horario de riesgo, pero ya sabes que tienes la piel muy delicada...

Coge de la bolsa el bote de nivel de protección infinita y me lo aplica por el cuerpo. La playa nos relaja muchísimo, pero se trata de mi cuerpo desnudo acariciando sus manos y eso el pene lo nota.

- Coge un poco de hielo (le digo).

De la nevera saca un cubito y me lo da. Lo paso por sus formados brazos y sus arrodillados muslos. Lo dejo en su sexo, dónde se va derritiendo poco a poco. Somos dos olvidados vasos de horchata y café con hielo en medio de la arena.

- ¿Nos bañamos? (le sugiero).
- Vale.

Me ayuda a levantarme y de la mano nos dirigimos al agua, aunque el agua ha llegado antes a él: va dejando el rastro de gotitas tras de sí. Así, no notará la reacción con el agua fría cuando lleguemos a la orilla.

Siempre me preocupo de mi adorador.

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jueves, 24 de julio de 2008

El lienzo

o


- Anda, prepárame otro. Con mucho hielo.


Cuando volvió al salón con el mojito, descubrió con sorpresa que ella había conectado la cámara y le enfocaba.

- ¿Me vas a grabar?, dijo.

- Te estoy grabando, le respondió ella. Además -añadió, divertida-, no parece que te moleste mucho.

Tenía razón; su miembro delataba su excitación. Le sirvió el mojito. Ella le indicó que se tumbara a sus pies.

La primera gota cayó en su vientre. Fue un mordisco travieso. La siguiente fue mejor dirigida, y la cera de una de las velas que había iluminado la cena, impactó en su sexo. Pronto, los pezones, los testículos y el sexo estuvieron pintados de azul. Satisfecha, dio un largo sorbo al mojito, e insatisfecha, dijo:

- Demasiado ron.

Lo derramó sobre él, y con los pies, lo distribuyó a su antojo. Su cuerpo adquirió un tono mojado, salpicado de cristalitos helados. Cuando juzgó que estaba reluciente, le metió un pie en la boca, mientras con el otro le pisaba el sexo. Ella lo grababa, en tanto que con la otra mano, perdida bajo la falda, se tocaba. Finalmente, él se corrió, y un chorro de semen adornó caprichosamente su vientre. Ella apagó la cámara y observó con perversa dulzura el juego de colores y matices que había conseguido.

- Bonito video. Lo llamaré “El lienzo obediente”.

Y primero fueron las risas, luego los besos.

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sábado, 19 de julio de 2008

Compras

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Me miro al espejo y me contemplo. Miro al lado izquierdo del cristal y ahí está su reflejo. La cortina del probador no invita a la intimidad, debido a que no se cierra del todo: eso me encanta.


Él me ha echado el ojo cuando he entrado, pero su atención abarca ahora la figura de su novia -que ha salido tras la cortina-, para mostrarle cómo le queda el vestido de tirantes blanco con flores estampadas.


Le mira con deseo, con ganas de despojarle del vestido y devorarla. A la vez, es fácil percibir en su rostro la ternura y el cariño cuando ella se mira en su espejo con desaprobación, mientras se toca las nalgas y la tripa. Se dan un beso y ella regresa al interior. Él se encarga de cerrar del todo la cortina con su mano, no vaya a ser que otros vean a su chica.

De pronto, y casi por casualidad, nuestras miradas se encuentran gracias al nexo de la fina línea de aire: yo no tengo chico que me cierre el probador.

Con la mirada ya nos hemos presentado y hablado un poco de nosotros; nos hemos revelado los detalles que interesan.

Vuelvo a centrarme en mi imagen. Me quito la camiseta que llevo puesta. Debajo aparece el sujetador lila con aros que elegido para hoy; realza con picardía mis generosos pechos.

Sin embargo, siempre me he considerado un tanto exquisita y no suele gustarme que se vean los tirantes de la ropa interior cuando llevo escuetos tops de verano. Por tanto, opto por quitármelo para probarme la camiseta verde que he escogido. Se fusiona a mí, como una segunda piel: mis pezones se tornan verdosos.

Pero, dudo un tanto, porque a la vez me gusta otra blusa blanca. Me quito la primera y me pongo la segunda, abrochando los botones. Mi torso se transparenta a través de los tejidos sintéticos y mis pezones siguen luchando por aproximarse lo más que pueden al aire. ¿Cómo me quedaría con unos cuantos botones desabrochados? Uno, dos, tres... observo mi escote ¡no está nada mal! Creo que me quedo mejor con la blusa... combina con más colores... y con más situaciones.

Termino de desabrochar la camisa y me pongo el sujetador de nuevo, cerciorándome de que mis pechos quedan perfectamente colocados en sus depósitos. Sin prisas, con tranquilidad ¡es sábado! Termino de vestirme.


Salgo con la ropa y miro al frente: diría que está algo pálido y sus ojos aumentados a un 50%. Su boca entreabierta y... ¿se le cae levemente la baba? Su chica entra a la acción de nuevo, esta vez con un conjunto de traje y chaqueta negros.


Voy a la caja, donde me espera mi adorador. Cuando hemos entrado a la tienda, había una larga fila de espera; él se ha situado el último, mientras yo miraba y me probaba ropa. Me ve venir y le contagio la sonrisilla: intuye que cuando salgamos, habrá de que hablar.

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martes, 15 de julio de 2008

Zapatos divinos

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Señora, Tú la percibiste, mi fascinación ante tus exquisitos zapatos. Y Te declaré mi envidia, acrecentada cuanto más los contemplo, los huelo, los beso, los adoro. Me han transfundido su vida.

Ahora Te la escribo como me mandaste. Hablo por ellos: Espero en el sótano de Tu armario, uno más entre los que, por pares, nos inclinamos encaramados sobre dos barras doradas paralelas, retenidos en la más alta por el tacón. De pronto se abre la puerta y, tras el inicial deslumbramiento, percibo a contraluz Tu figura y casi me caigo al ponerme de puntillas para destacar y ser el par elegido. Enfrente Tus pies descalzos, Tus piernas y el torso, que inclina hacia nosotros el relieve de los pechos y el rostro aún indeciso, cuyos ojos nos recorren con la mirada como el teclado de un piano. Mi nerviosa expectación estalla en júbilo cuando Tu mano me alcanza, me recoge, me transporta hasta Tu calzadora. ¡Qué emoción cuando Tus pies me penetran, se asientan y me poseen, sellando su poder con ligeros toques de afirmación contra el pavimento!

Mi orgullo es tanto como mi placer. Soy el pedestal de Tu estatua, Tu soporte, Tu montura, Tu reposo en tierra. Soy guante de Tus pies adorables, cunita doble para ellos, su protección y adorno. Les ofrezco el mejor cuero, el más flexible, el más digno de envolverlos, de acariciar sin roces, de ceñir sin oprimir, de abrigar sin sofoco. Me ensancho lo justo para la comodidad de la pisada y me repliego para ser sumiso en Tu descanso Sería feliz como cualquier otro de Tus zapatos, incluso el más humilde, pues todos gozan de tanta intimidad, pero tengo la suerte de servir para las grandes ocasiones por mi exclusivo modelo, mi cuero selecto, mi digna negritud y mi poderoso tacón de aguja. Estoy además en la joven madurez de mi vida: lo bastante nuevos aún para exhibirme y lo bastante usados para haberme adaptado a Tu forma y andares y para que mi olor originario –a tapicería de auto recién comprado– esté ya mezclado con el de Tu propia carne.

Por eso me calzas como el paladín viste su armadura; me montas para vencer como mujer. Y yo empiezo por ser Tu heraldo, el que anuncia Tu inminente llegada con las restallantes castañuelas de Tu taconeo. Me yergo para eso como el más altivo, el más amenazador y dominante de los tacones, cuya agresividad me produce dolor por repercutir en el talón de mi plantilla. Soy así repetidamente machacado, soy Tu voluntaria víctima y entonces me concedes el goce de estar sufriendo por Ti, de inmolarme voluntariamente al triunfo de Tu poderío. Me esfuerzo a cada instante por consolidar Tu estabilidad sobre mis agujas y, recibo, junto con mi dolor, a cada pisada, un placer indecible: la vibración de Tu tobillo. Esa leve oscilación que llena de gracia Tu andar imperioso y seductor a la vez; dominante y provocador a un tiempo.

¡Qué irresistiblemente avanzas, envuelta en mi ritmo sonoro!

José Luis Sampedro, "El amante lesbiano".

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lunes, 14 de julio de 2008

Intro penesofía



Pequeños, grandes, finos, gruesos, con apariencia de hongo, espigados, rosados, blanquecinos, oscuros...¡que más da!

Disfruta del pene de tu adorador, mujer; porque en la variedad está el gusto.

Aprende a sentirte como sirena en el mar con tu “coral” particular.

Gózalo en todos sus estados y matices: porque tienes todo el derecho... porque eres mujer y dama.

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viernes, 11 de julio de 2008

A mis pies

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¡Qué despreciable!¡qué asco de vida!¡lo que hay que aguantar!¡si no fuera porque lo necesito, iba yo a soportar todo esto!... Son las típicas expresiones, que una suele gritar a los cuatro vientos mentalmente cuando ha tenido un mal día.


Los días categorizados como malos o patéticos, son los más apropiados para proyectar nuestros deseos de despotrique hacia los seres que más queremos. Nos ciega la rabia y la impotencia y por tanto pecamos de monstruosidad femenina.

En esos días, es cuando más agradezco tener a mi adorador; la mala leche por las nubes y la autoestima por los suelos. Para más inri, el buzón está lleno de facturas sin pagar.

Al cruzar la puerta, mi domicilio deja de ser tal, para convertirse en mi paraíso-morada.

Entro ardiendo; desprendiendo llamas y cenizas. Poco a poco, el frescor de la menta y la fragancia de los pétalos de rosas me calma y serena.

Él aparece ataviado con unos vaqueros viejos pero que le sientan al dedillo; ya se sabe lo que pasa con esas prendas milenarias, que uno guarda en el armario porque son como una segunda piel o porque son la mejor fotografía de momentos especiales...como el que se avecina.

No me pregunta nada. Sus ojos pardos se limitan a escudriñarme como si fueran los de un ávido felino y me indica con los brazos que pase a la habitación.

El escenario no podría ser más tentador: velas aromáticas y luz tenue; en el suelo un barreño lleno de agua templada y rodajas de limón. De pronto, Erik Satie comienza a susurrarme sus Gimnopédies al oído. Cierro los ojos. Al instante, unas manos me agarran de los hombros y suavemente me invitan a que me siente en la cama: lo hago.

Me descalza con cuidado, como si mis pies fueran de porcelana china. Los introduce en el barreño.

Escucho como se va y regresa. Siento un apetitoso olor; abro los ojos: trozos de queso provolone con paté fundido; mis pies salen del agua. Degusto las sabrosas piezas en mi boca, mientras mi adorador corta y lima mis uñas. Después pone en mi piel crema hidratante y me regala un masaje tan exquisito como el queso.

Ahora coloca unas almohadillas entre mis dedos; siento como el olor de la laca de uñas se mezcla con el del paté.

Mis pies han quedado relajados y estéticamente perfectos. Parezco una mujer nueva, renovada. Siento unas ganas tremendas de darle las gracias... a mi manera.

- Desabrocha el botón y baja la cremallera...

Descubro divertida, que debajo de la tela vaquera no hay ninguna otra de algodón, sino de vello y cuerpos cavernosos henchidos.

Abrazo su sexo con mis pies y comienzo a masturbarle. Disfruto de su pene tanto como de la sesión de masaje: lo acaricio con las plantas, lo repaso con mis dedos, lo estrujo suavemente...una cascada de maravillosas y perversas sensaciones. Tan perversas como los gestos de mi cara ahora: me muerdo los labios, entrecierro mis ojos...

- Voy a correrme...

Retiro rápidamente mis pies. Estoy agradecida, pero no tanto como para que me estropee la pedicura. Ahí está; justo como le quiero tener: a mis pies, sentado en el suelo a medio desvestir y con los vaqueros manchados de semen.

Justo como le quiero tener: complacido de complacerme.

La habitación huele a excitación y a plenitud...y a menta y pétalos de rosas.

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jueves, 10 de julio de 2008

Amor plato-nico

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¡Quién iba a decirme que una montaña de platos sucios y espuma podían ser excitantes!

Mujer, de vez en cuando, prohíbe a tu chico usar el lavavajillas. Además de ser una sana variación de la costumbre, es una forma divertida de recordarle que la comodidad es tu privilegio, a la par que da pie a distendidas conversaciones en la cocina; él friega y tú lees una revista... ¿haciéndole más caso a la revista que a tu chico? Bueno, si el artículo es interesante, porqué no.

Hombre, la cocina, el estropajo y el lavavajillas son juguetes masculinos: regálatelos todos los días.

Si quieres complacer a tu dama, piensa menos en el sexo oral y practica más el sexo fregal.


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viernes, 4 de julio de 2008

De lazos y collares

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En nuestra relación, los símbolos tienen importancia.


Nos gusta que vayan surgiendo, de modo espontáneamente calculado. Los hay de muchos tipos y, en particular, nos atraen los símbolos complementarios, que dicen mucho sin gritar nada.

Un ejemplo sería el binomio vestida/desnudo–desnuda/vestido. En casa, ella va como le apetece -que suele ser vestida-, y yo voy como ella quiere, que suele ser desnudo o con los bóxers nada más. Ella disfruta de mi cuerpo, y yo disfruto de ofrecérselo... y de adivinar cómo es el suyo.

En cambio, en la calle, a ella le gusta a veces ir sin ropa interior, y si surge la ocasión, exhibirse. Yo tengo expresamente prohibido mostrar mis encantos. Su cuerpo le pertenece, y se lo puede enseñar a quien le plazca; el mío también le pertenece, y sólo ella puede gozar de él.

También podríamos hablar de cuando ella se tumba en el sofá mientras yo hago las tareas domésticas, o sobre su sexo velludo y mi sexo depilado. Estos símbolos van marcando que su placer y comodidad son lo primero, que así lo hemos acordado y en esa línea seguimos avanzando: cada símbolo que se agrega, afianza su dominación y mi entrega.

En los regalos que nos hacemos, también experimentamos la simbología de la complicidad. Me encanta hacerle regalos, de todo tipo. A ella, por supuesto, le encanta recibirlos. Ella también me obsequia -con certero gusto y criterio-, si bien muestra una encantadora tendencia a dejarse agasajar: mi prodigalidad la encuentra deliciosa.

Entre los regalos que suelo hacerle, acostumbro a regalarle pendientes, collares y demás piezas de bisutería y joyería, que ella luce satisfecha. Hace poco, le regalé unos pendientes de ámbar y una gargantilla de plata; ella me correspondió con una tira de delgado raso rojo -que además, le salió gratis en la mercería-, cuya función es circundar mi pene, concluyendo en un lacito rojo.

Por tiempo indefinido, he de llevar el pene enlazado, como un regalo perenne, durante todo el día. A ella le divierte mucho verlo así, a la par que manifiesta el control que tiene sobre él. Puede hacer con él lo que guste: denegarle la eyaculación, estrujarlo, embadurnarlo de helado, o ponerle un lacito.

Y así, ella va engalanada por fuera con los presentes de su adorador, y yo voy enlazado por dentro con el capricho de mi dama.

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martes, 1 de julio de 2008

El jardinero

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-¡Ten piedad de mí, reina mía!

- Pero ¿cómo vienes ahora, di, cuando ya todos se han ido?

- Por eso; porque mi hora es la última de todas. Y vengo a preguntarte qué te queda que mandar a tu último esclavo.
- Y ¿qué quieres que te diga tan tarde, di?
- Pues hazme jardinero de tu jardín.
- ¡Jardinero de mi jardín...! ¿Te has vuelto loco?

- No... dejaré todo lo demás. Tiraré espadas y lanzas. ¡Y no me mandes a cortes lejanas, ni me pidas nuevas conquistas! ¡Yo no quiero ser más que jardinero de tu jardín!
- Y ¿qué vas a hacer, di?
- Te serviré en tus días ociosos. Tendré fresca la hierba del sendero por donde vas cada mañana, y mis flores, ansiosas de morir bajo tus pies, te los colmarán de bendiciones. Te meceré en un columpio que haré para ti entre las ramas del saptaparna, y la luna del anochecer se estremará en besar el vuelo de tu falda entre las hojas. Renovaré el aceite perfumado de la lámpara de tu alcoba. Adornaré maravillosamente tu escabel con pinturas de azafrán y sándalo...
-Y ¿qué querrás por recompensa?
- Que me dejes tener entre mis manos los capullos de loto de tus puñitos y enlazar tus muñecas con cadenas de flores; que me dejes pintar las plantas de tus pies con sangre de anshoka y quitar con mis besos el polvillo que cojan al azar...

-...Bueno; desde hoy eres jardinero de mi jardín.

Rabindranath Tagore
(traducción de Zenobia Campubrí)

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