lunes, 29 de septiembre de 2008

Lacística: el regalo

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Estaba intrigado y no sabía muy bien que podía ser. El envoltorio de joyería le daba pistas pero no resolvía el enigma.

Me miraba con una sonrisa tensa, petrificada; de mí podía esperarse cualquier cosa y por eso su cara era como un retrato a medio terminar.

Rompió el papel y tiró con fuerza de los trozos de celo que lo fijaban a lo que, probablemente, podía ser una cajita. ¿Un colgante, un anillo...? Él sabía que a mí no me iban ese tipo de regalos...¿pero entonces?

Abrió la caja y se encontró con una chapita de plata. ¿Un colgante? ¿podía ser? No, no lo era. Era un trozo de metal abandonado en ese pequeño colchón de goma-espuma.

Seguía un tanto confundido y pensó que mis ojos serían la clave del jeroglífico, el camino hacia la verdad...

-El regalo no está completo aún...

Saqué de mi bolso una bolsita de plástico: en su interior había un amasijo de colores.

Ahora empezaba a atar cabos y a comprenderlo todo. Lo que nunca se había hablado ya era una realidad. Abrió la bolsa y todos los rasitos cayeron sobre la colcha: rojo,verde, amarillo, azul, morado, rosa...Ahora la sonrisa era sincera, relajada, armónica...satisfecha.

Le dí un beso y susurré a su oído. La sonrisa se transformó en una radiante carcajada.

Salimos de casa, de la mano, conversando sobre trivialidades, riendo traviesamente después de cualquier tontería que decíamos.

Llegamos a la joyería -otra que nada tenía que ver con la primera-, sacamos la chapa y le dijimos al joyero lo que queríamos grabar por delante y por detrás.

El hombre fue muy profesional y en ningún momento dijo nada, aunque supongo que nos convertiríamos en el plato principal de sus comidillas entre amigos y familiares durante mucho tiempo. Seguro que nos colocaría la etiqueta de anécdota de por vida.

A los dos días regresamos. A mí me dio la impresión de que se reía, pero quizás sólo eran imaginaciones mías. A lo mejor no éramos la primera pareja de morbosos que se pasaban por allí y estaba más acostumbrado de lo que creía y parecía.

Nos dio nuestra pieza y nos dejó solos. Mi adorador me miró esperando aprobación: me gusta, afirmé.

Esa noche era la última del lazo mostaza. Cuando se ata esa tira de color, debe permanecer sin masturbarse el tiempo que a mí me plazca y la última noche, le masturbo y juego con su pene -lo retuerzo,sobo, aprieto, acaricio, lamo-, y termino observando su potente eyaculación, que es especialmente abundante. Me encanta asistir a un espectáculo como tal: lluvia de orgasmo.

Después de limpiarse, se quitó el lazo y lo cambió por otro. Esta vez el lazo, además de rodear su tronco, sirvió para colgar la chapa que identificaría, ahora de forma explícita, la condición de mi pareja:

Por delante: tus goces son leyes para mí.
Por detrás: Damaravillosa.

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jueves, 25 de septiembre de 2008

Yo soy la flor

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Cuando ella llega del trabajo, busca en vano un ramo de flores. El jarrón siempre está lleno de aire indiferente. Y sin embargo, sonríe.

Deja el bolso en la entrada, se descalza y se tumba en el sofá. Pronto, un zumo de naranja moja sus labios, y unos dedos sabios recorren sus pies. Sonríe, porque es mejor ser la flor que tener flores.

La conversación es fluida, las palabras se derraman sobre la tarde. El placer la riega, el cariño le abona: ella es el jardín. Vuelve a sonreír.

Porque es mejor tener al jardinero que tener flores.


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lunes, 22 de septiembre de 2008

La canción del pene

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De la película "La cosa más dulce" (The sweetest thing) traemos esta canción, tan divertida como deliciosa.

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viernes, 19 de septiembre de 2008

De leonas y gacelas

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Me despierto en torno a las once de la mañana. Primero voy al cuarto de baño y después a la cocina. Con el estómago lleno, regreso al dormitorio y subo la persiana; él, poco a poco, intenta abrir las suyas.

Me abalanzo sobre su cuerpo, como la leona lo hace sobre la gacela, y cubro su rostro con una capa de besos y caricias... ¡qué morbazo tiene por la mañana!

-Mhhh... ¡raspas!
-Lo sé. Tendré que afeitarme, no quiero dañar la aterciopelada piel de esa carita tan bonita.

Con una sonrisa, retiro las sábanas y contemplo su torso mañanero. Mis manos ejecutan la exploración y reconocimiento de cada poro de su piel, hasta que llego a una superficie de algodón y poliester que retiro suavemente... ¡debajo, el sol! Ahora sé el porqué de este día tan nublado y lluvioso.

Me desnudo y me sitúo encima de él. Recuesto mi cuerpo sobre el suyo y beso su cuello; puedo sentir su expectación, sus leves jadeos, su deseo... Acaricio sus brazos, pellizco sus pezones. Casi sin darme cuenta, y después de un rato, mi pelvis comienza a balancearse.

Me gusta masturbarme sobre superficies que sean lo suficientemente rígidas como para que mi clítoris pueda estimularse, pero no tan duras como para que puedan dañarme. Por tanto, debe debatirse continuamente entre la relajación y el control, entre su placer y el mío: que, al final, se traduce en el mío.

Mi vulva lava la cara de su miembro con mi excitación; el glande es la mejor parte para los movimientos circulares.

Ahora me apetece colocar las piernas en posición de rana debajo de la suyas, ahora me apetece que las levante de nuevo y me deje estirarlas. Ahora me apetece que me acaricie un poco, ahora que se quede quietecito.

Estiro mis brazos por debajo de la almohada y meto mis dedos entre el colchón y la cabecera de la cama; aumento el ritmo con energía y empiezo a sudar. Mis caderas imprimen un brusco balanceo a todo su inmóvil -pero a la vez- dinámico cuerpo.

Todo mi organismo está en tensión, sobre todo mi acelerado corazón: pareciera que corro una maratón, y realmente es el sprint lo que hace que me corra.

Mi cuerpo se estremece entre exquisitos latigazos. Mi vulva se convierte en una húmeda ventosa que se adhiere al miembro. Seguro que los vecinos de la pared contigua pueden oír mi respiración.

-¿Puedo afeitarme ya?
-¡No sólo puedes, sino que debes, cariño!

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lunes, 15 de septiembre de 2008

Tu pene

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Tu pene es el cetro de mi pasión,
es la cremosa seda que anuda mis dedos.
Tu pene es la gruesa cadena que apresa mis dulces perversiones;
dulces como el oasis que es tu entrepierna.

Tu miembro es mil historias sin fin.
Es mi mejor fuente de inspiración y de excitación.

Tu pene es calor en invierno, frescura en verano
y voluptuosidad rosa en primavera.
Es antorcha en la noche y amanecer.

Yo soy dama, y por tanto tu pene merece ser adorado
cada día del año.

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jueves, 11 de septiembre de 2008

Desnudario (Septiembre)

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MONÓLOGO PARA SER REPRESENTADO ANTE UNA MUJER MIRANDO.

El actor, vestido con zapatos, vaqueros y camiseta, aparece por un lado de la escena. Se sitúa frente a la mujer.

ACTOR: Ayer, llegué cansado a casa. Había estado trabajando todo el día, en la restauración de las pinturas de una casa señorial. La casa pertenecía a una familia ilustre de la ciudad; ahora, pertenece al Ayuntamiento, al que también pertenezco yo, con la categoría de técnico restaurador... Al menos, hasta que llego a casa, y puedo descalzarme aliviado.

El actor se quita los zapatos.

ACTOR: Mmm... así mucho mejor, más relajado... Hasta ese día, los estucados que había ido descubriendo bajo capas de pintura, eran bellos y previsibles. Composiciones geométricas o vegetales, columnas y capiteles, palabras en latín, valenciano y español. Sin embargo, ayer, en una de las paredes del dormitorio principal, vislumbré un dibujo distinto a los demás. Me quedé sorprendido; era el torso de un hombre, y tenía un lunar en el pecho izquierdo... justo donde lo tengo yo.

Se quita la camiseta, y muestra el lunar.

ACTOR: ¿No me creías, verdad? Es lógico, yo tampoco me lo creía. Decidí proseguir con la pintura más tarde, cuando todos se hubieran ido. Puse los andamios delante de ella, y me dediqué a raspar el techo. A las tres de la tarde, se fueron mis compañeros, y yo, pretextando no poder dejar el techo para el día siguiente, me quedé hasta la noche, con la intención de desvelar la totalidad de la pintura. Hacía mucho calor, y me quité los pantalones, para trabajar más cómodo. Se me llenaron los calzoncillos de pintura, como puedes ver...

Se quita los pantalones, y muestra a la mujer unos calzoncillos sin rastro alguno de pintura.

ACTOR: ¡Oh, los he tenido que lavar, sin duda! No pasa nada; sigamos con la historia. La pintura comenzó a aparecer; era una escena que ocurría en el mismo dormitorio. Me excitó mucho la imagen; tanto que comencé a tocarme... (se toca el sexo) y mis calzoncillos se desprendieron prácticamente ellos solitos de mi pene (se baja los calzoncillos y, finalmente, se los quita).

ACTOR: La escena era curiosa; un hombre, totalmente desnudo, se mostraba a una mujer, que lo miraba sin perder detalle. Estaba empalmado y ella parecía que lo miraba de arriba a abajo, divertida y expectante. No pude evitar masturbarme, imaginando ser ese afortunado hombre, deseando mostrarme ante esa hermosa mujer... (Comienza a masturbarse) Quería sentir sus ojos clavados en mi pene, en el bamboleo de mis testículos, en mis pezones duros y ardientes...

El actor sigue masturbándose, hasta correrse.

FIN.

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viernes, 5 de septiembre de 2008

El hombre objeto: escabel

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Escabel

(Quizá del cat. ant. escabell, y este del lat. scabellum).

1. m. Tarima pequeña que se pone delante de la silla para que descansen los pies de quien está sentado.

Entre los usos que pueden obtenerse de un hombre solícito, uno de los más relajados y gozosos es el de escabel. Acompaña normalmente tardes o mañanas ociosas, en la que una gusta de estar leyendo o viendo la tele, inmersa en una dejadez indolente, sin nada más que hacer que dejar pasar las horas.

Por supuesto, la casa tiene que estar limpia y ordenada –sin exceso, no soy una maniática en ese aspecto-, y por ello le prevengo a mi chico que aligere en sus tareas, que lo requiero libre de cargas. Los móviles y demás comunicaciones con el ruidoso exterior han de estar silenciados; en mi mente he colgado el cartelito de “no molestar”. Quiero tranquilidad y disfrutar sin interrupciones de mi poder de reina de los días de mi cariñoso súbdito.

Una vez creadas las condiciones, me siento en el sofá, rodeada de libros, revistas, el mando de la tele y algunas chuches... un zumo o un batido también son complementos bienvenidos ¿Todo listo? Bien, es el momento de llamar a mi mueblecito obediente.

Norma fundamental: tiene que estar desnudo y aún más, sentirse desnudo. Así, cuando pongamos nuestras piernas o pies sobre su espalda, podremos percibir su entrega, su estremecimiento agradecido de ser útil en estos momentos. En ocasiones, puede ser divertido vendarle los ojos y/o atarle el sexo con una larga cinta de raso (que en su extremo, llegue a nuestra mano...), pero no es imprescindible.

No mostremos interés en su erección ni en su cuerpo: para que la transformación en escabel sea perfecta, han de resultarnos sus reacciones y sus encantos transparentes: es un precioso mueble, nada más, y él ha de saber que es así, para que adopte la postura y la paciencia precisa para no moverse en un largo rato. No es momento de excitación, si no de relajación.

Porque colocado en la posición que más nos convenga – normalmente, recogido sobre sí mismo, ofreciendo su espalda como apoyo, o tumbado boca arriba o boca abajo, según nos de el capricho-, tiene que permanecer así justamente el tiempo que precisemos. Es muy importante este punto, pues para un relax sosegado, hemos de olvidarnos de él y concentrarnos en nuestra lectura o en la peli que estemos viendo... Y entonces, de vez en cuando, salimos de nuestra abstracción y somos conscientes de tener a nuestro servicio a un hombre encantador, capaz de muchas cosas por ti, por tu felicidad. El goce se multiplica, y una tarde cualquiera se convierte en una tarde única.

Sonríes, le miras agradecida y vuelves a embeberte en tu placer.

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jueves, 4 de septiembre de 2008

La mozuela de Bores

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Mozuela de Bores
allá do la Lama
púsom'en amores.

Cuidé qu'olvidado
Amor me tenía,
como quien s'había
grand tiempo dejado
de tales dolores,
que más que la llama
queman amadores.

Mas vi la fermosa
de buen continente,
la cara placiente,
fresca como rosa,
de tales colores
cual nunca vi dama
nin otra, señores.

Por lo cual: «Señora
-le dije-, en verdad
la vuestra beldad
saldrá desd'agora
dentr'estos alcores,
pues meresce fama
de grandes loores».

Dijo: «Caballero,
tiradvos afuera;
dejad la vaquera
pasar al otero;
ca dos labradores
me piden de Frama,
entrambos pastores».

«Señora, pastor
seré si queredes;
mandarme podedes,
como a servidor;
mayores dulzores
será a mí la brama
que oír ruiseñores».

Así concluimos
el nuestro proceso
sin facer exceso,
e nos avenimos.

E fueron las flores
de cabe Espinama
los encubridores.

Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (1398-1458)

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